La mayoría de los visitantes que llegan a Sora, municipio fundado el 12 de agosto de 1556, por Fray Tomás Grijalba Castellanos, concuerdan en decir que: “Es un pueblito pequeño, pero muy bonito y acogedor”. En su plaza principal, tapizada en piedra y adornada por flores y palmeras que imitan un sosegado jardín, y donde es fácil escuchar el viento fresco que baja de las montañas, se yergue una sencilla pero significativa edificación de estilo colonial, conocida con el nombre de Iglesia Doctrinera, declarada en el 2004 como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional. En ella, además de su componente evangelizador, llama la atención uno de sus muros, enchapado con cristales de cuarzo y fósiles extraídos del desierto (tortugas, caracoles y conchas marinas), cuanto la convierte en testigo mudo del antecedente prehistórico y marino de la región.
Otra imagen muy recurrente de Sora, es ver a sus campesinos inundados de amabilidad y vestidos de ruana, bajando de las veredas para transitar en las calles con productos (leche, cebollas, papas, fresas, moras, manzanas, duraznos y demás) que cultivan en sus tierras. No en vano el municipio cuenta con una imponente topografía montañosa, rodeada de valles y pródiga en lluvias, donde se destacan las colinas Cuesta en Medio, El Gavilán, El Salitre, Pita y Chone, y Casablanca, que forman una especie de herradura apta para la agricultura y la ganadería.
En Sora, a cualquier hora del día o de la noche, aún se respiran esos aires de tranquilidad y pureza que sólo algunos poblados se dan el lujo de proporcionar a propios y visitantes. Esto sumado a la candidez de su arquitectura, que contrasta rotundamente con la suntuosidad del paisaje, enmarcan un escenario legítimo del espíritu y la tradición boyacense.
Es imposible partir de Sora sin antes refrescarse con un trago de chicha, para luego echarle un vistazo a la imagen de Santa Bárbara y la leyenda de su martirio; o visitar la fuente labrada en piedra que decora el parque central, dos estructuras que asoman a ese pasado indígena y evangelizador del poblado, por donde, según cuenta la historia, Simón Bolívar estuvo de paso, rumbo a Villa de Leyva, en 1819.
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